sábado, 31 de diciembre de 2011

         





El camino



De cómo mudar la piel sin perderse

Hace un año que cree este blog. El motivo principal era contar con un cuaderno de bitácora, un banco virtual donde sentarme a mirar y a aprender del camino que continuo compartiendo con mi compañera de de botas. Ahora sé que un camino no empieza con el primer paso que das, el camino se inicia en el momento en el que eres consciente de que estás caminando. Ese instante de lucidez para mí fue un regalo porque, sin buscarla,  se me ofrecía la ocasión de intentar saber quién era, y porque lo pude vivir con la que, desde entonces, es mi compañera de rutas.

Y empezamos 2011, convencidas de que en septiembre ascenderíamos el Cebreiro y volverían a recibirnos los mismos ritmos celtas que nos bautizaron aquella noche en la que el cielo nos enseñó su mapa, una noche llena de estrellas que empezó hace diez años y de la que aún no he despertado.

Y hemos caminado, sí. A traves de rutas que no esperábamos. Algunas jornadas, breves, otras con tantos kilómetros por delante que parecían no tener fin. Senderos llanos y cómodos, ascensos duros, descensos engañosos, difíciles. Hemos pisado musgo fresco, pasto verde, pedregales, fango, hojarasca. Hemos atravesado valles, superado cañadas y siempre la una custodiando la sombra de la otra.

Este camino se señala en el mapa de las estrellas con el número 2011, recorrerlo me ha supuesto mudar la piel de la serpiente que soy. Así, avanzar sin despegarme del suelo, rozar la tierra siempre, mirando adelante. Bailar mi cascabel los días soleados y disfrutar, admirada, del color de las tormentas.

Mi piel perdida arratró otras pieles, brazos, manos. Se llevó susurros, sonrisas, miradas. He escuchado, en los desvelos del viento, su nombre confuso y borroso.  He visto jaulas vacías, el vuelo de un enjambre de pájaros de papel, miles de fotos batiendo sus alas.

He vuelto del revés armarios y puertas, escondido los blancos ciegos, descubierto ventanas hasta llegar hasta aquí. Ahora despierto en un faro cada mañana, veo caer la tarde meciéndome en una terraza azul. Hay un delfín, en ese mar de ahí enfrente, que juega a tejerme una acuarela. Hay una palmera un poco más allá, hermosa y alta que baila y baila. Tengo una estrella, un pajarillo, un reloj imposible y un hermoso duende al que llamo sol, dos dragones vigilan el tesoro de este faro y una gata, meiga y hermosa, custodia la puerta.

Mañana seguiremos caminando, la senda está ahí delante, junto al banco desde el que ahora miro.

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