sábado, 22 de enero de 2011

PENSAMIENTOS - Planos sucios



De cómo recuperarte en una imagen


Estos días estoy trabajando en el guion de uno de los documentales que he ido a grabar a Irlanda. Hasta ahora, el trabajo ha consistido en ver las imágenes que grabaron mis compañeros para dedicir cuáles pueden servir mejor a la hora de ilustrar la historia que centra nuestro documental.


Viendo esas imágenes, de tanto en tanto, me descubro a mí, sorprendida por el ojo de cristal de alguna de las cámaras, mientras trabajo. Cuando eso ocurre me encuentro ante un "plano sucio", es decir, un plano que no podré uitilizar porque distorsiona la "realidad" que vamos a enseñar, es decir, una batida de caza en Irlanda en la que, pese a que somos los ojos y las parcas, no debemos estar ni mis compañeros ni yo.


Es un hecho que las imágenes de cualquier historia, documental, película, reportaje, etc., han sido grabadas y que la propia historia no solo ha sido dirigida si no que, con anterioridad, ha sido escrita. Pero la primera condición que nuestro trabajo requiere es conseguir que, el "espectador" para el que nos esforzamos olvide o mejor, deje de ser consciente de nuestra mano y nuestra presencia. Desde el primer fotograma o el primer frame, tenemos que conseguir no estar. Que los créditos iniciales y finales del documental sean las únicas ventanas posibles que permitan al "espectador" atravesar de la realidad a la ficción, al ensueño. Y que, una vez allí, olvide la previa construcción de esa "irrealidad" y, simplemente, se instale en ella .


De ahí que si alguno del equipo es "capturado" por el ojo de cristal deba ser eliminado y el plano en el que aparece, nunca será utilizado en el montaje. No solo un plano está sucio cuando muestra lo que no interesa si no cuando está movido, cuando no ofrece un correcto encuadre, etc. Sin embargo son los planos sucios por acoger "fantasmas" los que me llevan a escribir hoy. Y no los denomino fantasmas por inexistentes o presuntuosos, si no por ser las imágenes de alguien que han quedado impresas en la fantasía o, en este caso, en las cintas que estoy revisando, que para mí, fantasma y, al mismo tiempo, autora de esta obra, viene a ser lo mismo.
Recupero mi memoria en cada uno de los momentos que desecho . A hurtadillas, parece que encogiera para contemplarme sin ser vista mientras repaso la grabación a doble velocidad. Antes de enfrentarme a estos brutos (llamase brutos en el argot visual a las imágenes tal y como fueron grabadas, sin cortes ni montaje), ordené y catalogué las fotografías. No es lo mismo. En parte porque yo soy quien ha realizado el seguimiento fotográfico del trabajo y cuando he capturado mi sombra , sin intención alguna de hacerla coser por nadie a mis zapatillas, o mi imagen reflejada en un espejo, lo he hecho a conciencia; y en parte porque cuando otros me han fotografiado, de manera inconsciente, he posado a conciencia.
No, descubrirme de improviso es otra cosa. Sobre todo, si tengo en cuenta un importante matiz, quien grababa no estaba pendiente de mí, yo me colaba en su encuadre sin querer, de ahí que haya ensuciado algunos planos. Por eso este encuentro conmigo adquiere una connotación mística. Esa imagen de mi gesticula, frunce el ceño al pensar o se humedece los labios como cuando no siente que la observa nadie, cuando carece de la intención de comunicar, cuando sencillamente se expresa por el mero hecho de estar, de ser.
Y entonces caigo en la cuenta de que proyectamos tantas imágenes como miradas se muestran atentas. Mientras me hallo cómodamente sentada en mi estudio, frente al ordenador, me contemplo embutida en ropa de camuflaje, tomando notas y fotografiando. Qué lejos se me antojan ahora el frío, el cansancio, los tobillos doloridos. Mientras el ojo de cristal me apresaba sin querer en su retina, yo escribía preocupada por no sentir las yemas de los dedos.
Me miro despacio, no me cuesta reconocerme concentrada, taconeando para entrar calor, escribiendo a duras penas, sonriendo cuando me dirijo a alguien y seria cuando pienso, busco, observo y recuerdo. He jugado, como si se tratase de acunar una muñeca, a darme y robarme tiempo acelerando las imagenes hacia adelante y hacia atrás. En un instante, congelado el plano y helada mi imagen, he temblado yo cuando, a saber por qué estratagema de mi subconsicente, me ha venido a la memoria el miedo manifiesto de muchos aborígenes a ser fotografiados por temor a que la foto les robase el alma.


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